LA NIÑA Y EL HALCON

Dibujo: Luis M. Cuaresma

http://www.iespana.es/lmcuaresma/

http://www.iespana.es/lmcuaresma2/

BD21313_.GIF (6677 bytes)

Había una vez, o quizás nunca lo hubo pero así me lo contaron y así os lo cuento yo a vosotros, un pueblo claro y una montaña obscura. Una niña de dulces ojos y un halcón peregrino dueño del aire y de mirada aguda.

Las comadres del lugar cuentan que antaño hace ya muchos años, esas ruinas, esos montones de piedras que coronan la loma de una colina cercana al pueblo, a la derecha según se sale camino a la ermita, es lo que queda del castillo de un joven Conde, que en aquellos días acababa de volver de Tierra Santa.

La niña era hija del pastelero, y ya tan joven era conocida por su tímida belleza. Como una amapola en el verde prado.

Todos los días la niña salía, recién nacía el día, camino del bosque para recolectar los frutos y las flores y hierbas que usaba su padre para elaborar sus pasteles.

Desde hacía ya tiempo, justo en la falda de la montaña donde hace frontera con los cultivados prados, una ráfaga plateada refulgía por un momento en el aire y un soberbio halcón peregrino, raudo se lanzaba desde el pino más alto hacia el alzado brazo que la joven le ofrecía. Se posaba en él y la observaba con sus fieros ojos, apretando apenas las garras, lo necesario para mantenerse firme sin lastimar la suave piel de su muñeca.

Un minuto apenas: Dulces ojos espejean el acero líquido de las pupilas del ave de rapiña que de pronto, sin aviso, se lanzaba de nuevo al viento profiriendo un grito de victoria: El de un halcón que ha cazado la garza.

Un día cuando la joven volvía con la cesta repleta de moras, de flores, de naranjas amargas, en medio del camino como una estatua, caballo y caballero el joven Conde la estaba observando, esperándola:

Buenos días, niña.

Buenos días, Excelencia.

¿A dónde conducen tus pasos? ¿Nadie los guarda?

Vuelvo al pueblo. No es necesario, nada llevo de valor…

¡Nada dices! ¿Y el oro de tu pelo? ¿Quién cuida la seda de tu piel?

El incienso de tu boca….

¡¡Por Dios, Excelencia! ¡Qué cosas decís….!

Retiene el Conde el caballo, que busca olisquear el rubio pelo

Lo dicho, dicho está y lo que he dicho es cierto. ¡Como que el sol alumbra!

¿Cómo es posible que tu padre no envíe contigo compaña?. Mañana, no admito excusas mi niña, a la salida del pueblo, al alba, estaré esperándote….

El sol anuncia un nuevo día y la niña al pie del crucero que marca la entrada al pueblo, se encuentra con el caballero, que horas antes ya le aguarda.

El Conde gentil le cede el caballo y toma en su diestra la cesta de paja. Uno al lado del otro caminan en silencio. Los cascos del caballo arrancan fríos ecos a las piedras del camino y los ojos del Conde, no paran de contemplar el sol, en los rubios cabellos de la niña.

El bosque está a la vista. Un relámpago de plata se precipita desde el pino más alto. Levanta como siempre el brazo la niña y el caballero presuroso busca lo que ha provocado el para él, defensivo gesto. Alza con la siniestra la ballesta armada, intentando apuntar a la mancha gris que veloz se arroja sobre la joven.

El caballo se asusta del ave de presa y levanta también sus manos al aire, aupando a la niña hacia el sol que ya nace.

El peregrino encuentra el querido brazo y un virote equivocado, triste y frío, encuentra un frágil cuello.

Se ha detenido el tiempo. No hay sonidos: El caballo sobre sus patas traseras erguido al aire. La niña con su brazo alzado, sobre el cual el halcón descansa. El Conde con la ballesta en la mano izquierda apuntando al cielo y una extraña, roja flor, que brota del pálido cuello de la dulce niña. Como una catarata el tiempo y el sonido vuelven: La niña cae del caballo, el peregrino que ha visto la muerte en sus ojos, emprende el vuelo con un grito no ya de victoria, que hace temblar al caballero que ha dejado caer la ballesta y ya corre hacia la joven dama. El caballo se pierde rumbo al pueblo, arrancando chispas de los guijarros yertos del camino…

Cuentan, aún cuentan, que por las mañanas, cuando el sol reclama el día puedes ver, si te encuentras donde el bosque hace frontera con los cultivados prados, a la falda de la montaña obscura, como un rayo de plata se deja caer veloz desde el pino más alto, hacia los verdes prados.

La gente del pueblo dice, que se puede escuchar un grito, alto y agudo, como el de un halcón peregrino cuando caza la garza.

Del montón de piedras que corona la colina cercana responde como un eco, que parece el grito, el lamento de un hombre cuando le rompen el alma.

Luis de Pablos

BD21313_.GIF (6677 bytes)

INDICE

El Duende Martín                       Página Principal